lunes, 29 de abril de 2013

¡Inmortalidad! Así no, gracias.





La inmortalidad es un concepto que me produce angustia y terror, desde que tengo uso de razón. No logro comprender por qué mí buen Dios me condenaría a ella; sea en el paraíso, sea en el infierno o en un interminable ciclo de reencarnaciones.

Cómo entender que tan aburrida penitencia, pueda ser considerada una generosa concesión para los humanos, no así para las demás criaturas que ha creado. Me rebelo como ser humano ante está terrible amenaza de perpetuar solo nuestra existencia más allá de nuestro ciclo biológico; ¿Acaso una vida bien vivida, no es más que suficiente?

Mucho menos me agrada la idea que vaya a disfrutar ésta latosa inmortalidad en mi actual cuerpo, recuperado después de la Parusía. No sé a quién se le habrá ocurrido tan extravagante idea cristiana, pero si tal cosa sucediera, no pienso usar el mismo modelo corpóreo imperfecto y disfrutar nuevamente de una precaria salud.

Lo mínimo, que le podrían ofrecer a uno para variar un poco la monótona inmortalidad, es cambiar de cuerpo cada vez que uno le dé la gana o mejor aún, vagar libremente como espíritu inmaterial por todos los rincones del universo, sin limitaciones físicas de ningún tipo.

La eternidad resulta demasiado tiempo incluso para los dioses, que será para mí como ser humano, en qué ocuparé mi perpetua existencia y a la vez sentirme útil, porque no me imagino con mi falta de oído musical y mi voz nasal producto de la rinitis, cantando en un coro con la sublime primera jerarquía de Serafines, Querubines y Tronos, por los siglos de los siglos, amen.

Tal vez, esa sea la manera de retribuirle la finura a mi buen Dios, y hacerlo recapacitar sobre el abuso de poder que comete al condenar a los humanos a la vida eterna, cosa que hace por su insoldable soledad, más nunca por mala fe. Tal vez, sí en esa eternidad estuviéramos acompañados de otras de sus tantas criaturas que pueblan nuestro mundo, las cosas serían más llevaderas.

Los dioses más dignos de los hombres, por lo menos que yo conozca, fueron los nórdicos, porque desde su origen, tuvieron la sensatez de no renunciar nunca a la mortalidad, compartiendo el mismo destino ineludible de todos los seres vivos.

El omnisciente Odín, amo absoluto de los nueve mundos y señor de todos los dioses, no se libró de un arrebato de cólera y codicia, quebrantando su palabra empeñada, aún en pleno conocimiento de que su transgresión a ley regidora del cosmos, que el mismo creo, precipitaría el ocaso de todos los dioses, incluyendo su propia extinción.

No se podía esperar una reacción más humana del ambivalente dios de la "poesía y la inspiración", así como de la "furia y la locura," es decir, era un soberbio ególatra hecho a mi imagen y semejanza; claro está salvando las distancias, porque él fue un poderoso dios que lo  arriesgo todo en una desatinada y malaconsejada aventura, mientras quien escribe es un simple hombre, que tiene el mal hábito de no arriesgarse en la vida y desde luego en eso siempre se equivoca.

Los dioses griegos que si eran inmortales, le tenían reservado al hombre común “el reino de Hades” o inframundo, habían dispuesto que antes de entrar a la “neblinosa y sombría morada de los muertos,” el alma trasportada en la barca de Caronte, bebiera ingenuamente agua del río Leteo para calmar un repentino ataque de sed. Lo que provocaba en el instante una extinción de toda conciencia, de manera que se vagaba en el inframundo sin el más mínimo sentido existencial, como una simple sombra.

Esta oscura visión del mundo de los muertos, que tenían los antiguos griegos, es lo que más se parece al hoy recientemente inhabilitado Limbo, región periférica del Infierno.

Lógicamente para los griegos antiguos, no les causaba ningún aliciente su vida futura en ultratumba, tampoco se tomaban muy enserio a sus dioses los cuales eran demasiados terrenales. Luego se dedicaron de lleno a la filosofía, la ciencia y el arte, materias sobre las que se destacaron como ninguna otra civilización, lo hizo nunca jamás.

Los romanos complementaron magistralmente el mundo griego, aunque no fueron muy originales en materia religiosa, salvo por su visión práctica y cínica de la mismas; “todas las religiones son verdadera y luego son falsas, pero igualmente útiles para el imperio.” En consecuencia, cada vez que conquistaban un gran pueblo, incorporaba un dios nuevo al panteón de Roma y solucionado el problema.

El Papa Benedicto XVI, con la gran humildad que lo caracterizaba, sin mayor explicación, ha realizado la mayor remodelación urbana en el inframundo, desmantelando el vetusto Limbo y dejando desguarnecido a millones de almas infantiles, que murieron sin ser bautizados en la fe "verdadera". Este tímido y tardío cambio, quien sabe cuántos tiempo nos llevará asimilarlo, lo que nos reitera, que la vida eterna supone un anhelo muy humano e infructuoso de poder burlar la muerte.

En fin, la memoria de los hombres es frágil, con el transcurrir del tiempo terminan sepultado en el olvido a sus antiguos amores o dioses, inexorablemente lo harán con los actuales o los nuevos que surjan, tal vez porque en el fondo intuimos que la eternidad es algo ajeno a nuestra  efímera existencia y hasta sería una penitencia, tal como la concebimos.

¿Quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos? Me temo que la respuesta la tiene el primigenio e inescrutable dios Caos, regente del cosmos, quien siempre huyó de todo protagonismo en el imaginario colectivo y es un empírico desenfrenado, que estará creando nuevos y sorprendentes divertimentos al azar. Lo imagino demasiado ocupado, como para fijar su atención en los insignificantes humanos y sus pretenciosos temas, sobre la inmortalidad dentro de la eternidad.

¿Qué les sucederá a los hombres imprescindibles, esos que se creyeron dioses vivientes? Ellos sí que se merecen ser inmoribles, que no inmortales; por atormentar a la humanidad y a los hombres comunes, con sus fanfarronerías, envanecimientos y sus extravagantes esfuerzos por trascender en el imaginario colectivo, pues lamentablemente solo serán recordados por instante, pero para maldecirlos y luego ser olvidados irremediablemente, porque la vida continúa.

Lo malo que tiene esta estructura absurda de pensamiento, donde "la vida comienza con la muerte" es que una gran mayoría pospone "el aquí y el ahora", el disfrute de las cosas simples de la vida, así como nuestro mejoramiento como persona, y más grave aún hasta la sobrevivencia misma de la especie humana.

La humanidad se enfrentará en un siglo aproximadamente a una catástrofe ambiental a escala global que implicaría una extinción masiva de la vida en el planeta, similar a la que se produjo entre el periodo Pérmico y Triásico. Esta vez, será producto de la actividad del hombre, siendo la gran paradoja, que no solo poseemos el conocimiento, sino mucha de la tecnología que evitaría el desastre ecológico, solo la inercia social impide reaccionar.

Esta resistencia al cambio, se debe en parte a la concepción infantil de una vida perfecta después de la muerte en un lugar llamado Paraíso, sin darnos cuenta que ya vivimos en el Edén, mal podemos merecernos otro sí no apreciamos el que tenemos.

Las actuales jerarquías de las religiones en general, no ayudan como estructura de poder terrenal, porque fomenta deliberadamente la estupidez en las sociedades, para perpetuar su poder. El ejemplo más palpable, es oponerse al control de natalidad, con el fin de obtener el mayor número posible de fieles en un culto cualquiera; cuando es una certeza científica que la sobrepoblación agota los recursos y esto sólo hace más miserable la vida y acelera nuestro fin como especie.

Por momentos pienso, que el príncipe ruso Piotr Kropotkin, tenía algo de razón cuando dijo su brutal frase: "La única iglesia que ilumina es la que arde." Sí existe un paraíso, está en la tierra y sí hay un infierno, el mismo está en la explotación de la ignorancia de nuestros semejantes, si merecemos ser dignos de Dios, empecemos hoy por despertar y afrontar la vida, respetando la naturaleza, con más razón si creemos que es su obra.